Oímos, leemos, creemos fielmente que los animales tienen un corazón tan grande que nos les cabe dentro.
Vivimos miles de momentos únicos con cada miembro de nuestra familia-manada, momentos que no olvidaremos jamás porque se comparten desde nuestro Ser: juegos, miradas de complicidad, cuidados que recibimos cuando nos sentimos mal y viceversa. Es un vínculo tan puro que podríamos llenar páginas enteras intentando describirlo y aún así, nos quedaríamos muy cortos.
Cuando conecto con un ser de otra especie, éste me hace saber, de alguna forma, que accede a comunicarse conmigo: puedo verlos como si estuvieran a mi lado, en la misma habitación, puedo ver una imagen en la que me muestran que se sientan o me dan la pata, o hacen un gesto que cuando comparto con el responsable, me dice que sí, que esa forma de expresarse es muy típica de él. Cada ser me lo indica de manera diferente.
Y, en ciertas ocasiones, una de estas "señales" es algo que me impacta realmente: veo y noto el amor verdadero, el amor real, esa fuerza que mueve el universo, de la que nace la vida, con la que todo fluye, naciendo de ese animal y siendo compartida conmigo.
La he visto de múltiples formas, representada en una bola de luz blanca, en vapor de color rosa... aunque la sensación interna siempre es igual: algo que te llena completamente desde el interior pero que te arropa y acoge desde el exterior, como la sensación de meterte en una cama de sábanas limpias secadas al sol, sobre el mejor colchón del mundo y cubierta con un edredón cálido y perfecto.
Entrar en esa sensación es algo que si todos experimentaran a diario, no querrían soltar nunca.
Hoy le doy las gracias en especial a Canela, un ser de ojos tiernos y corazón gigante, que me invita a entrar en su luz blanca y pura.
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